CÁLCULOS RENALES





La enfermedad que causa la más aguda agonía”

Los cálculos renales son tan viejos como el mundo.

Se han encontrado piedras dentro de momias del antiguo Egipto; el famoso médico griego Hipócrates (nacido en el 460 a.C.), padre de la medicina, ya habló de ellos en sus tratados, al igual que Plinio el Viejo, el científico, naturalista y militar romano (23-79 d.C.), que ya se refería a ellos como “la enfermedad que causa la más aguda agonía”.

Los romanos fueron quienes los bautizaron (calculus), con un nombre que ha llegado hasta hoy. 

Innumerables personajes célebres a lo largo de la historia se han retorcido de dolor por su causa.

Por ejemplo, el físico, matemático, astrónomo e inventor, entre otras cosas, Isaac Newton, pasó los últimos años de su vida sufriendo cólicos nefríticos hasta morir de uno de ellos en 1727. 



Afortunadamente, poco tiene que ver cómo se tratan ahora los cálculos renales y cómo se enfrentaban a ellos en la antigüedad.

Pero si algo perdura es el intenso dolor que causan a quien los sufre, hasta el punto de que en ocasiones, cuando se encuentran en fase aguda, es necesario recurrir a la morfina, el más potente analgésico con el que cuentan los médicos. 

La cirugía para extraer los cálculos renales fue una de las tres más antiguas de las que se tiene constancia, junto con la trepanación y la circuncisión. 

En Mesopotamia, al parecer, introducían un tubo de bronce al paciente con sustancias medicinales y soplaban a través de él para intentar desenganchar la piedra.

En la antigua China se inclinaban por la acupuntura y en la antigua India contaban con un amplio instrumental para extraerlos, aunque la cirugía era la última opción, pues los resultados eran cuanto menos inciertos.

En occidente también se practicaron desde bien pronto las operaciones para extraerlos, aunque también se dejaba como la última opción cuando todo lo demás fallaba y corría peligro la vida del paciente, ante lo arriesgado de la intervención. 

Hoy los tratamientos médicos frente a los cálculos renales siguen centrándose en paliar el dolor y facilitar la expulsión.

Cuando hay que intervenir, los médicos comienzan recurriendo a ultrasonidos mediante ondas de choque (litotriptor) para fragmentar los cálculos, y sólo en los casos más graves y cuando fracasan otras alternativas se recurre a la cirugía abierta. 


¿Qué se puede hacer para evitar tener cálculos renales? 

Sobre todo beber abundante agua, y más aún si hace calor.

La razón es que los riñones necesitan agua para llevar a cabo su principal función, que es la de procesar y purificar la sangre, que llega a ellos cargada de desechos.

Después eliminan esos desechos a través de la orina.

Si no se bebe lo suficiente, los riñones producen una orina muy concentrada en los elementos que forman los cálculos (fosfato de calcio, oxalato de calcio…). 

Además, es conveniente también seguir una dieta rica en verduras y fruta, con suficiente calcio (pero ¡ojo! sin abusar de los lácteos) y sin exceso de proteínas animales. 

Esto se sabía desde tiempos inmemoriales, por lo que ya se aconsejaba a quienes sufrían cálculos beber agua y evitar tomar carne y pescado. 

El problema es que cuando ya se han sufrido cálculos se tienen muchas probabilidades de que vuelvan a repetirse (entre un 35 y un 50% a los 5 años y un 65% a los 10, y más aún si hay antecedentes familiares). Y más allá del sufrimiento puntual y de la posibilidad de infección que siempre existe, cada episodio conlleva un daño al riñón. 

Entonces ya no basta con beber suficiente agua y llevar una dieta saludable, sino que será necesario adoptar cambios dietéticos, que además varían en función de la composición del cálculo que ya se ha sufrido (por ejemplo, no es lo mismo un cálculo de oxalato de calcio monohidratado que uno de oxalato de calcio deshidratado, aunque a los no iniciados les suene a lo mismo). 

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